"Me gusta la gente loca, loca por sonar, loca por vivir, loca por hablar, loca por cantar, loca por amar, loca por explotar en maravillosos cohetes amarillos"

viernes, 20 de agosto de 2010

Un cuento compartido y sin final

Llueve y la neblina envuelve a todos los que esperan el tren en Viena. El viaje de Viena a Florencia tarda 12 horas, pero los pasajeros saben que vale la pena pagar los 280 euros del boleto. Radomir espera impaciente, su ascendencia serbia se nota a la distancia, es de mediana edad, pelo negro, ojos grises y temperamento volátil. Se encuentra cansado luego de un viaje de negocios a Austria, donde comercia vinos para una casa italiana. Aun no lo sabe, pero en este viaje de regreso a casa va a conocer a alguien que le cambiará su vida por completo.

Siempre soñó, en conocer las calles de Italia y así fue que Isabella, a sus inexpertos 21 años, algo escuálida, con una hermosa cabellera castaña que le llegaba a la cintura, se aventuró a visitar la tierra de sus quimeras, y se fue portando solo el sombrero que había heredado de su padre, y un libro de Mario Benedetti, para entretener al sueño mientras alcanzaba el alba y llegaba la hora de abordar el próximo tren. Se hizo larga pero entretenida la noche en la estación, esa noche en la estación de Viena dejó explotar la memoria en malabares de vivencias, presagios y relatos como si estuviera visitando nuevamente el historial de sus ánimos.

Radomir no vio a Isabella llegar, no sería hasta más tarde que la vería por primera vez. Por ahora cavilaba sobre su pasado, y se acordó de una escena de su infancia. Tendría unos 4 años cuando se dio cuenta que no era un niño como los demás. Su familia no vivía en un solo lugar, viajaban en caravanas de automóviles y casas móviles por Europa del Este. No recuerda a su padre, solo a su madre que usaba ropa de colores muy vivos, brazaletes, collares y pañuelos de muchos colores. Su primera memoria fue cuando su madre lo hizo esperar mientras ella parecía jugar cartas con un extraño. Pero no era un juego de cartas cualquiera, era el Tarot, y Radomir era un gitano.


Había llegado la hora, abordó el tren y permaneció un instante inmóvil mirándose en el reflejo de la ventana, como si por un momento huella de la mirada le hablará de la nostalgia de pasados húmedos e inmensidades oscuras – y pensar que podría ser siempre así vaya pensamiento tan fatídico, a kilómetros de distancia de mi cuba y ya no quedan más que los amargos recuerdos de mi infancia. Entonces algo invadió el recuadro de su ventana, que desorbitó mirada y enredó sus pensamientos, ella volteó queriendo propiciar el encuentro, y en aquel momento de su boca brotó, - entre un millón de gentes y vos me venís a encontrar!


Radomir había comprado un tiquete de primera clase, que le permitía disfrutar de un camarote con mucho espacio y privacidad. Al abordar el tren, se fijó por primera vez en Isabella, la vio pasar por el pasillo y la siguió con la mirada, sintiendo atracción y una aprehensión inexplicable en ese momento. Ella volvió la cabeza y sus miradas se cruzaron, y el todavía cauto le sonrió levemente, Isabella no logró arrancar la mirada de aquellos labios que desde ya anhelaba y correspondió de inmediato con una sonrisa nada retraída, seguido de un respiro, hasta cerró sus ojos pretendiendo inmortalizar el momento y lo perdió de vista. Aún miraba al pasillo, más no regresó y no le quedo más que volver en sí, continuó su viaje al lado de la ventana, fotografiando cada paisaje, y mirando un instante partir y otro llegar pensando el reencuentro de sus miradas.

No pudo aguantar más y decidió actuar. Sabía que algo más que un cruce de miradas había sucedido. Pero era tímido, y el viaje de 18 horas hasta Venecia le podía brindar la oportunidad de conocerla.

Cuando el tren arrancó, pasaron por su cabina a revisar su boleto. Pidió que le llamaran a un mesero, quería enviarle una nota a Isabella que decía así:

Estimada señorita,

Desde que la vi no he podido alejarla de mis pensamientos. Debe parecerle muy atrevido de mi parte, pero deseo invitarla a cenar a mi cabina. Solo tengo buenas intenciones para con usted, espero que acepte mi humilde invitación.

Siempre suyo,


Radomir Antic

Agradeció al mesero la nota, caminó de inmediato a la cabina con la brevedad de quien no quiere ser descubierto, con el peso de sus piernas que temblaban y no cedían al largo viaje por los vagones del tren, aunque fue cortó el camino llega agitada a la cabina… Radomir que está de espaldas a la puerta no sé imagina que la vería tan pronto, se inclina y le susurra al oído: - “me moría de ganas, querido de verte otra vez”
Pidieron vino tinto y las viandas más exquisitas. Comían casi en silencio, pero sus miradas delataban sentimientos turbulentos que querían emerger. Radomir le contó sobre su devenir gitano, sus costumbres, su soltería empedernida, y el ritual de su raza que implicaba un tatuaje brutal hecho con clavos de acero hirviendo en la espalda. - Dejame verlo, le pidió Isabella. Radomir se dio vuelta, se quitó la camisa, e Isabella vio aquel símbolo tatuado en su espalda. Lo acarició suavemente como queriendo aliviar su dolor y le dio un beso en la cicatriz. - Date vuelta Radomir. El se volvió y se miraron a los ojos, ya no podían contenerse....
…a pesar de las ganas Isabella decidió a largar el encuentro, y solo rozó sus labios y ascendió hasta su frente, lo besó con gran ternura, fue hasta su oído y le dijo: - parece que tenemos mucho en común, yo también tengo un tatuaje, grabado con mucho dolor. Radomir aún mantenía los ojos cerrados más los abrió cuando escucho algo caer, y al abrirlos, era la blusa de Isabella se había desprendido de ella para mostrarle su tatuaje ubicado en el hombro derecho, - este es mi padre, le dijo.
Radomir observó el cuerpo semidesnudo de Isabella, se acercó al tatuaje y lo acarició. - Lo debiste amar mucho, tanto como yo amé a mi madre pitonisa , le susurro al oído, mientras le tomaba los hombros. El aroma de la piel de Isabella lo alentaba a querer algo más, ella temblaba levemente lo que también lo incitaba a seguir adelante. Acercó sus labios a los de ella, los besó suavemente y luego los exploró apasionadamente, mientras la estrechaba contra su cuerpo y el deseo lo empezó a consumir lentamente. Acariciaba la espalda de Isabella mientras besaba sus orejitas y su cuello. No había marcha atrás en el Expreso a Venecia, estaban solos, era casi la medianoche, y la única luz que los acompañaba era la de la luna.
Así que Isabella en aquel vagón, ante la promesa de una noche que pintaba ser sensorial para ambos dejo de ser tan dama para convertirse en “la más señora de todas las putas”, y dejo emerger su instinto de mujer, con suaves gemidos que aprobaban las caricias de Radomir y su respiración agitada era una plegaria a que la hiciera suya.
Radomir la desnudó lentamente, pasando sus manos por cada centímetro de piel. Isabella hacía lo mismo, acariciando a Radomir, sintiendo su aroma, besando, tocando, apretándolo hacia ella. El destino los había juntado, y ahora el amor y el deseo iban a determinar el desenlace de la historia. El tren continuaba su marcha inexorable, y Radomir bajó su mano entre los muslos de Isabella, y sintió su sexo húmedo y caliente. Quería que fuera suya, su mujer aunque fuera solo por esa noche. Lentamente Isabella separó sus muslos, invitando a Radomir a embestirla, estaba extasiada de lujuria, sin embargo él le dijo con vos entre cortada – Despacio, que aún hay tiempo, esas palabras consiguieron que le erizará la piel, entonces él la llevo suavemente hasta la mesa tirando al suelo todo lo que había sobre ella, y colocó a Isabella, la miró a los ojos, la beso en la frente y empezó a bajar por todo su cuerpo besándola y embriagándose con su aroma, sentía como se contraía el músculo ante los filos de su barba, ella no conseguía resistir su deseo, se filtraba en su piel sudorosa y en cada gemido…

3 comentarios:

Kim Bertran Canut dijo...

Amiga, me gustó tu relato, bien descrito...Sólo una cosa me choca y es que cuando a una mujer le invade la pasión, deja de ser dama y se convierte en puta y nunca se dice nada del señor que se convierte en...¿Puto?...Abrazos frescos on the rocks en mi verano de canícula...

Lalau dijo...

Que bueno saber que si hay una visita puntual por acá es la tuya... y no que no te choquen esas cosas, la mujer se convierte... pero el hombre disfruta plenamente del estado de puto...

Anónimo dijo...

Saludos Lalau, espreo que te encuentres bien.

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